domingo, 25 de enero de 2015

De vuelta a Côte d'Ivoire

El viaje de Casablanca a Abidjan lo hice con un marfileño y una marfileña. Empezaron a hablar en jula y yo me metí en la conversación como pude. Les extrañó, rieron, nos dimos la mano y... ya el viaje fue distinto, había una cierta complicidad... son los galones que otorgan llevar catorce años por estas tierras.

El hombre se empezó a sentir mal. Yo llevaba paracetamol y le di para bajar la fiebre. Se sintió aliviado y ya la amistad estaba hecha. Cuando aterrizamos me pidió mi número de teléfono porque "nunca se sabe". La mujer estaba muy confundida, me enseñó el billete de avión y me preguntó: "¿Es de ida y vuelta?" Le respondí que no, que era sólo de ida. Me suscitó compasión, la habían expulsado de Marruecos. Cuando nos pidieron el carné de la fiebre amarilla me susurró al oído, yo no estoy vacunada. Finalmente, no le pusieron pegas. ¡Cuántos sueños truncados!

La llegada al aeropuerto de Abidjan fue impecable. Nada más salir del avión un hombre con bata blanca nos esperaba con jabón de manos para que nos laváramos cada uno de los pasajeros. Acto seguido nos detenían uno por uno y una cámara con un ordenador indicaba la temperatura de nuestro cuerpo. Me dio mucha confianza y me di cuenta que regresaba a un país en alerta porque el ébola estaba en dos países fronterizos.

Ningún problema en el aeropuerto, controlaron mi pasaporte y mi permiso de residencia y las maletas salieron enseguida. Pasé mis maletas por el scanner y salí del aeropuerto. Allí la temperatura sería de unos 30º o 32º y con una humedad muy alta. El cambio había sido muy brusco, sentía que me faltaba el aire y tuve la tentación de volver a entrar en el aeropuerto para disfrutar del aire acondicionado.

Cuando Daniel vino a buscarme e íbamos a casa de los Marianistas, el olor que desprendía la laguna casi me deja por los suelos. Era nauseabundo, sí, ciertamente, yo creo que aún hay cadáveres en el fondo de esas aguas.

A las dos de la mañana estaba en la cama pero me costaba dormir. Me quise dar una ducha para aliviar la sensación de sofoco y... habían cortado el agua. Así que me volví a la cama intentando conciliar el sueño. Me costó lo mío. Finalmente me dormí.

A las seis menos diez sonó el despertador. Tenía mucho sueño. Por un momento pensé que me había equivocado y que no había cambiado la hora y tenía aún una hora. Nada más lejos de la realidad, puse RFI y confirmó que eran las seis. Pues, nada a celebrar la eucaristía a las seis y cuarto. Me quedé impresionado, la capilla llena, la gente cantaba, el cura se tiró unos 15 minutos de homilía... Ciertamente, estoy en otro contexto.

Tras el desayuno fuimos a buscar a un jesuita que tenía que dar una formación  a todos los misioneros de la Consolata. Empleamos más de una hora en cruzar todo Abidjan. Nos estaba esperando, así que hacia las nueve y algo nos pusimos en camino hacia San Pedro.

La carretera se había deteriorado en estos tres meses, lo que antes nos costaba cuatro horas y media, ahora casi nos cuesta seis horas. Llegamos a San Pedro a las tres de la tarde y nos pusimos a comer. Después entré en mi cuarto y empecé a deshacer las maletas. Estaba contento. Se acabaron las vacaciones, ha llegado el tiempo de trabajar... por el Reinado del Buen Dios.

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