lunes, 25 de febrero de 2008

Historia de Odette y Joseph, los senufó y Dianrá (III)

Hola senderistas, sigo con la historia de Odette y Joseph.

La guerra: la muerte de Joseph.

Pero llegó la guerra a Costa de Marfil. El 19 de septiembre de 2002 una parte del ejército dio un golpe de estado que no culminó pero que dividió al país en dos y así continúa hasta hoy. El 21 de septiembre los rebeldes llegaron a Dianra e instalaron un campamento porque era una ciudad en la que había una fábrica de algodón en la que se le hacía un primer tratamiento y se enviaba a la capital económica del país, Abiján. Esta fábrica era una fuente de ingresos constante para los rebeldes porque imponían tasas a los camiones para que pudieran circular y tenían combustible gratis.

Esta situación cambió totalmente la forma de vida en Dianra. La circulación de personas y mercancías se hacía imposible, lo cual redujo la pequeña actividad comercial que existía y todo el mundo se empobreció. No había dinero y todo se hacía a crédito. Joseph sufrió mucho esta situación porque él no podía dejar de trabajar pero todo lo que vendía lo vendía a crédito y no tenía nada de dinero. Su mujer, Odette, trabajaba muchísimo en el campo para, al menos, tener arroz para comer. Pero se necesitaba algo de dinero para poder cocinar la salsa y añadirle algo al arroz.

En ese momento, Madeleine, la segunda hija, se plantó y dijo que no quería ir más al colegio. Joseph lo intentó todo (todo incluye también sacudirle) para convencerla. Pero Madeleine era incluso más fuerte que su padre y su madre juntos. Dijo que no y después de un año de peleas, la echaron del colegio y se fue al campo para ayudar a su madre en el campo o cuidar de los más pequeños. Mientras, Joseph, Ananie, André y Jean Baptiste trabajaban a crédito en la herrería.

Marie seguía sus estudios pero no pasaba de 6° de Primaria. Estábamos en 2003, y viendo esta situación, yo le propuse venir a la misión a estudiar por las noches cuando yo ya estaba libre de compromisos y ella había terminado de cenar y hacer las tareas caseras. Gracias a Dios dio resultado, y pasó el examen que hacen allí para pasar de Primaria a Secundaria.

Pero llegó el 26 de octubre, yo estaba en Sononzo Carrefour, donde estaba Pauline (que, por cierto, se había unido con un chico y acababa de tener un precioso niño), para visitar a la comunidad y celebrar la eucaristía. Era un domingo. Ya habíamos terminado de comer y estábamos charlando en la casa de Benoît cuando llegó Marcellin en moto desde Dianra. Yo me quedé sorprendido y le pregunté lo que pasaba: "Han encontrado a Joseph muerto en el embalse de Dianra esta mañana".

Me quedé de piedra, justo el día anterior habíamos estado hablando sobre distintas situaciones de la comunidad y sobretodo de la situación de su hija, Madeleine. Como estábamos en guerra, yo había ido a Sononzo en un camión de transporte de algodón, así que Marcellin me llevó en moto (a una velocidad que me parecía imposible que no cayéramos). Sólo nos paramos en otro centro de la parroquia para anunciarles la muerte y que se prepararan para venir por la noche. Cuando llegamos a Dianra tenía los riñones destrozados. Pero antes de nada me fui para casa de Odette.

Allí estaba ella, como aturdida, rodeada de sus hijas y el pequeño Philippe. No estaba llorando. Es una mujer muy fuerte. Me fui a ver a Joseph. No podía creerlo, ahí estaba, como dormido y, sin embargo, ya estaba con el Señor. Algunas personas se acercaron y empezaron a contarme "lo sucedido". Antes de ir a la Celebración de la Palabra, Joseph había ido al embalse que está a unos tres kilómetros de Dianra para pescar. La herrería no le daba para comer y tenía que pescar para que Odette vendiera el pescado en el mercado y pudieran tener algo de dinero líquido. A Joseph le mató el empobrecimiento, le mató la guerra.

Como tardaba, al inicio de la Celebración, Ananie fue a ver qué pasaba. Encontró las ropas de Joseph encima de una piedra y su escopeta al lado cargada. Así que se volvió para avisar que no encontraba a su padre. Algunos responsables de la comunidad salieron para ir a contactar a un grupo de senufós que saben nadar bien para que fueran a buscarlo. Pero antes tocaba ponerse de acuerdo sobre cuánto iban a pagarles y qué se iba a hacer con el cuerpo. Según la tradición, si ellos lo sacaban, el cuerpo les pertenecía y el cuerpo sería enterrado fuera de la ciudad y no tendría derecho a ser velado.

Esto era imposible de admitir porque normalmente, en la tradición senufó, un cuerpo que no es velado, es un cuerpo indigno, es una muerte animal, es un desprecio. Además, si no entra en la ciudad, normalmente, se viene una noche para descuartizarlo y hacer amuletos que ellos llaman "medicamentos" y que luego se venden para que la "fuerza" de la persona se transmita al que lleva el amuleto. Os recuerdo que Joseph pertenecía al grupo de los "dozos" y era herrero, dos condiciones que le configuraban y que le daban mucho "valor".

Los responsables fueron a ver al jefe de la tierra, al jefe del pueblo, al jefe de los "dozos", al jefe del "municipio" tradicional y a varios imames para convencerles de que les dejasen entrar en la ciudad con el difunto y que pudiera tener un funeral cristiano, en coherencia con la fe que él había profesado. Como podéis suponer fueron unas horas de enorme tensión, el cuerpo todavía estaba en el fondo del embalse y, antes había que dejar todo "arreglado". Gracias a Dios, todos aceptaron y comprendieron la situación. Así que, finalmente, lo sacaron y pudieron llevarlo a la casa. Parecía que Joseph no sabía nadar bien y había caído en un "hoyo" y no había sido capaz de salir de allí. Sin embargo, era raro que no tuviera el vientre hinchado por el agua que tendría que haber tragado. En definitiva, cuando yo llegué, el cuerpo ya estaba en su casa y todo el mundo estaba agotado.

Tenía que establecer un programa para que el funeral pudiese llevarse a cabo con dignidad. Así que convenimos en una hora para que todo el mundo se reuniese y aclarar los cuatro momentos que tiene un funeral cristiano según la costumbre senufó: un momento de oración durante el cual se lava el cuerpo del difunto y se envuelve con siete telas (cada una representa a una parte de su familia: familia paterna, familia materna, mujer, hijos, comunidad cristiana, barrio donde habitaba y la suya propia del difunto). Luego, el velatorio, durante el cual se canta y danza alrededor del difunto durante toda la noche y se leen textos de la Biblia que se explican brevemente. Después, se va en procesión desde la casa hasta la iglesia para celebrar la misa de cuerpo presente. Y, finalmente, se va en procesión al "cementerio" (un terreno que está a un kilómetro de la ciudad lleno de árboles y arbustos) donde se procede al entierro. Los jóvenes de la comunidad serían los encargados de cavar la tumba según la costumbre senufó, haciendo en el fondo como una especie de habitación donde se deposita el cuerpo y que luego es cubierta con troncos y hojas "para que la tierra no caiga sobre el cuerpo del difunto".

Ahora había que pensar en los gastos. Había que dar de cenar y desayunar a todos los que vinieran y esto no es un gasto indiferente. Entre la comunidad y nosotros nos hicimos cargo de todos los gastos porque la familia no tenía nada, sólo desolación. Yo me sentía sobrepasado por la situación, recuerdo que le pedí al Señor que me diera fuerzas para poder permanecer toda la noche, estar al lado de Odette y que todo fuera realizado de la mejor manera posible. El funeral es un momento central en la vida del senufó. No podía decepcionarles, más bien no tenía derecho. Joseph había optado por Jesucristo y ahora teníamos que saber acompañarle.

Recuerdo que todo el mundo estaba bastante desolado cuando se empezaron a oír unos cantos que poco a poco se escuchaban más cercanos. Era un camión de transporte lleno de cristianos de las distintas aldeas de la parroquia que venían para velar al difunto. Recuerdo que cuando les vi llegar me emocioné. Me llegó al corazón su presencia, sabía las dificultades que estaban pasando en medio de la guerra, la penuria económica en la que estaban. Sin embargo, habían sido capaces de encontrar dinero para pagar el transporte y estar allí. ¡Gente que venía de 15, 20, 30, 50 y hasta 70 kilómetros de distancia, por pistas de tierra! ¡Muchos tuvieron que caminar para alcanzar la carretera principal! Y todos habían conseguido organizarse en un tiempo récord. ¡Estos son los milagros de África! Sí, me vinieron ganas de llorar, pero llorar de compasión, de fe, de esperanza.

Fue la primera vez que me quedé toda la noche sin dormir durante un funeral desde que había llegado a Dianra. Era conmovedor ver el rostro de Odette que veía con incredulidad la cantidad de personas que habían llegado para sostenerla en el dolor. Sus danzas aplacaban su temor hacia el futuro. Parecía como si el dolor por la muerte de Joseph estuviera "en suspenso". La Iglesia, familia de Dios, estaba ahí. La eclesiología africana mostraba su cara más solidaria y gratuita.

Al día siguiente yo estaba agotado pero todo se llevó a cabo bastante bien. La eucaristía fue multitudinaria. Nunca había visto tanta gente en la iglesia de Dianra. Todo el mundo estaba allí, cristianos de todas las confesiones, musulmanes y seguidores de la religión tradicional. Todos querían dar su último adiós a Joseph. Recuerdo que esta multitud me sorprendió y me ratificó que la vida y las opciones de Joseph habían tenido sentido.

Cuando todo terminó me fui a casa de Odette y me quedé bastante tiempo. Ella quiso hablar conmigo. Todavía yo necesitaba de intérprete, aunque más o menos me enteraba de lo que decía. Ella estaba asustada. Su familia, la familia de Joseph había sido muy desconsiderada con ella. Le echaban en cara que Joseph no tenía nada, que había muerto como un pobre, que su fe no tenía ningún sentido, que eso le pasaba por haber abandonado la tradición... Me habló de muchísimas cosas. Yo estaba atónito. Me parecía imposible que delante de un difunto y ante su viuda se pudiese hablar así. Pero, también es verdad que aquí la muerte hace parte de la vida. No se vive con la radicalidad y consternación que se vive en Occidente.

Yo intenté consolarla y le dije que no estaba sola, que nosotros estábamos ahí y que confiara en Dios como lo había hecho hasta ahora. Dios no podía abandonarla a su suerte. Teníamos que redoblar la fe. Creer en lo que no veíamos, en lo que se nos había escapado, ido. La miré a lo ojos y le dije que siempre estaríamos ahí: la comunidad, los misioneros, la iglesia, yo... El tiempo me mostró que ella creyó en esas palabras y le doy gracias a Dios por ello.

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